sábado, 15 de noviembre de 2014

Oviedo, un viaje en el tiempo entre La Regenta y Woody Allen


Santa María del Naranco/Cristina Palomar

Oviedo es una ciudad sorprendente. Situada en el centro geográfico del Principado de Asturias y paso obligado del Camino de Santiago, el antiguo bastión del reino astur de Ramiro y de Pelayo desconcierta al viajero porque bajo la pátina de provincianismo y reminiscencias franquistas en calles y monumentos, se esconde un espíritu levantisco y rebelde que hechiza con su sidra, sus pucheros de fabes y sus quesos, su rica mitología pagana y su cultura cosmopolita.

A partir de un casco viejo peatonal presidido por la majestuosa Catedral y lleno palacios señoriales y de calles empedradas, la capital asturiana se extiende por un amplio valle y se encarama a los montes más cercanos hasta besar los pies de las iglesias pre-románicas de Santa Maria del Naranco y San Miguel de Lillo, vestigios de un esplendoroso pasado de guerras contra los árabes y únicas en el mundo por su estilo arquitectónico entre el arte visigótico y el románico.

En Oviedo todo es verdor y todo rezuma humedad. La lluvia acompaña casi siempre, incluso en verano, y en cada rincón de la ciudad las fuentes ofrecen agua clara y fresca al caminante. Con este paisaje montañoso cuesta imaginar que a unos pocos quilómetros hacia el norte el Mar Cantábrico nos espera en sorprendentes playas como la de Gulpiyuri y en pueblos como Cudillero, cuna del plato de pobres a base de pescado seco conocido como curadillo, y Llastres, escenario de la exitosa serie televisiva Doctor Mateo.

La ciudad provinciana que tanto criticaba Leopoldo Alas Clarín en La Regenta es ahora una ciudad limpia, monumental, cultural y cosmopolita que no ha dudado en sacrificar en el altar de la modernidad a su lengua propia, el asturianu, idioma de origen asturleonés con un fuerte carácter rural surgido de la mezcla entre el astur de los colonizados y el latín de los colonizadores. Hoy se oye poco en la calle y, donde se habla, sobre todo en los pueblos, lo hace lleno de castellanismos debido a huella dejada durante el siglo XX por la emigración de otras zonas de España a las cuencas mineras asturianas. Una graciosa entonación parecida al gallego y la costumbre de añadir diminutivos a la conversación identifican al asturiano cuando usa el castellano.

A pesar de ser la capital de Asturias, Oviedo es una ciudad pequeña y ocupa el segundo puesto, por detrás de Gijón, en el ranking de población del Principado. En sus calles todavía convive el rancio olor a naftalina de sotanas y de uniformes militares de su pasado con el presente de centro universitario y cultural. El clima tampoco acompaña la mayor parte del año. Después de un largo y desapacible invierno del norte, que sumerge Oviedo en un húmedo letargo, la ciudad revive cuando llega el corto verano y se convierte en parada obligada para el turismo, sobre todo el estadounidense gracias al director de cine Woody Allen y a su película Vicky, Cristina, Barcelona.

La crisis económica ha hecho mucho daño en el tejido social de la ciudad y de su entorno, básicamente industrial y minero, ha disparado los índices de paro y ha obligado a los asturianos más jóvenes a emigrar lejos. Por eso, el maná del turismo es siempre bienvenido y todavía lo es más si la invasión llega con ganas de gastarse los dólares a espuertas. Restaurantes, bares, comercios, hoteles y tabernas disparan los precios hasta cifras sorprendentes para el turista nacional y conseguir una mesa para cenar en el centro se convierte en una gesta casi imposible. Sólo los culines de la sidra espichá nos entretienen durante la espera.


El chorizo asturiano es delicioso y se cocina a la sidra/Cristina Palomar
Lo más típico es llegar al casco viejo por la calle Gascona, conocida como la calle de la sidra porque está llena de sidrerías, de terrazas y de bullicio. Esta típica calle desprende un peculiar olor dulzón por la sidra derramada, que se convierte en pegamento para los zapatos que la pisan. El sonido de las gaitas tocando Asturias patria querida guía nuestros pasos hasta llegar a la gran plaza que se abre frente a la catedral y que preside una bonita escultura de Ana Ozores, la protagonista de la novela de Clarín. Sin embargo, antes de llegar a destino es recomendable parar en la panadería que hace esquina entre las calles El Águila y Jovellanos para comerse una buena ración de empanada de cabrales y de bollu preñau a precios muy asequibles.

El decimonónico casco viejo de Oviedo es pequeño y está lleno de iglesias, de plazas recoletas, de palacios ostentosos y de esculturas variopintas que se convierten en un codiciado objeto para fotografiar como recuerdo. No hay que perderse el bonito mercado del Fontán, cuya reconstrucción generó una gran controversia en la ciudad por ser demasiado moderna, como tampoco hay que perderse las tiendas de productos típicos asturianos, empezando por su famoso chorizo que se cocina, como no podría ser de otra manera, a la sidra. El paseo se completa con una visita al Campo de San Francisco y a la comercial calle Uría, nexo de unión entre la moderna Oviedo y la vieja Vetusta de La Regenta.

El complejo pre-románico de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo es de visita obligada, igual que lo es la iglesia de San Julián de los Prados, a pesar de las interminables colas y del largo y empinado camino que hay que recorrer desde el aparcamiento hasta la entrada. Las vistas sobre el valle y sobre Oviedo son impresionantes y, si la suerte acompaña y brilla el sol, el contraste entre el color claro de la piedra restaurada con esmero, el verde de los prados de alrededor y el azul del cielo hacen saltar las lágrimas de emoción ante tanta belleza. Lo único molesto es el bullicio incesante de los visitantes.

El centro histórico de Avilés/Cristina Palomar
Si nos queda tiempo para una escapada y no nos interesa la playa, Avilés es el lugar indicado. Muy bien conectada con Oviedo gracias a una fantástica autovía, Avilés es industrial, por supuesto. En el margen derecho de la ría se alza el parque empresarial del Principado de Asturias, conocido popularmente como Pepa. Sin embargo, debido a la fuerte inmigración sufrida durante el siglo XX de otras zonas del norte de España, Avilés también es una ciudad cosmopolita, con mucho dinero y con una intensa vida cultural.

Justo enfrente de la Pepa y al otro lado de la ría, la pequeña ciudad se muestra muy hermosa y limpia, y las calles adoquinadas y porticadas del centro histórico son sorprendentes. Lo mejor es aparcar el coche en la avenida del doctor Severo Ochoa para no tener que pagar zona azul y desde allí atravesar la plaza del Carbayedo, llena de sidrerías, hasta la calle Galiana, también llena de sidrerías para variar y de bellísimas casas palaciegas.

Lo más recomendable es dejarse llevar y perderse por sus calles peatonales con un buen mapa de la ciudad. Nuestros pasos nos pueden llevar hasta la gran plaza de España -donde una carabela preside el ayuntamiento- y escoger entre girar a la izquierda y bajar hasta el barrio pescador y el bonito mercado de Abastos por la comercial calle La Cámara o tirar hacia la derecha. En el caso de escoger esta última opción, lo más recomendable es dirigirse hacia el puente de San Sebastián. Justo enfrente y para sorpresa del visitante se yergue el Centro Cultural Internacional Avilés, obra del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer.

Centro Cutural obra del arquitecto Oscar Niemeyer

El edificio -del típico hormigón armado, formas redondeadas y  blanco impoluto marca del artista- contrasta con el fondo industrial y con las famosas cinco chimeneas que presiden el polígono siderúrgico de Avilés creando un sugerente paisaje postnuclear. El Centro Cultural, inaugurado en el 2011, es el proyecto más ambicioso del arquitecto brasileño en Europa y por si solo bien vale una visita. En Asturias nada es lo que parece.

Artículo publicado en eldiario.es vía catalunyaplural

Nota: Debido a las quejas de algunos asturianos vía twitter, he hecho algunos cambios en el texto. Resulta que bable no les gusta para definir su lengua porque lo consideran una palabra despectiva. Ellos prefieren hablar de asturianu. Alguno también se ha molestado al interpretar erróneamente que cuando hablo del acento parecido al gallego, estoy hablando de la lengua, cuando en realidad lo hago del hombre-mujer asturiano que habla castellano. Así que para no herir susceptibilidades, aunque provengan de interpretaciones erróneas, he añadido la aclaración. Espero que se acaben los twitts cagándose en mí en asturianu.

martes, 4 de noviembre de 2014

Escocia, una tierra esculpida a golpe de viento y agua



Castillo de Dúnnotar/Cristina Palomar

Que te toque la lotería es como disfrutar de un día soleado en Escocia. Casi un milagro. Por eso, cuando la lluvia te da un respiro y el país del intrépido William Wallace se muestra en todo su esplendor, no hay que perder ni un minuto.

Encrucijada de caminos, escenario de cruentas batallas y de películas de Hollywood, paraíso del whisky y hogar del monstruo del lago Ness, Escocia es un regalo para los sentidos. Tierra dura e inhóspita, esculpida sin piedad por los dioses a golpe de viento y agua, se muestra orgullosa, puritana y desconfiada al extraño. Sin embargo, después de un par de tragos en un pub, el calor del alcohol y el sonido de las gaitas funden su huraña fachada y se muestra tal como es: cordial, generosa y llena de contradicciones.

La vieja dama escocesa tiene dos almas. Es urbana y es rural. Es celta y es británica. Es mar y es montaña. Es cerrada y es abierta. Es el llano y es las tierras altas –Highlands-. Es Edimburgo y es Glasgow.

La milla real en un día de lluvia/Cristina Palomar

Edimburgo, de piedra ennegrecida, parece un buque varado con su imponente castillo en la proa y la residencia oficial de la reina de Inglaterra en la popa. Desde los escaparates de las tiendas de la Milla Real, los maniquíes vestidos con las típicas faldas escocesas –kilts- contemplan impertérritos el trasiego de peatones y coches por sus calles empedradas. La capital escocesa es una ciudad universitaria y cosmopolita, es artística y es política. Su Parlamento, obra del arquitecto catalán Enric Miralles, es visita obligada no tanto por la originalidad del edificio, sino por su diseño sorprendentemente rompedor para una sociedad tan convencional.

Los setenta kilómetros que separan Edimburgo de los astilleros de Glasgow son un mundo. Rica ciudad industrial en el pasado y condenada al ostracismo durante el implacable gobierno de Margaret Thatcher, Glasgow es una ciudad obrera y contaminada que esconde delicadas joyas arquitectónicas.

Desahuciada por la política de deslocalización que promovió la Dama de hierro durante la década de los ochenta para acabar con el poder de los sindicatos, la cuna del modernismo de Charles Rennie Mackintosh se está reinventando con éxito para dejar atrás su imagen fantasmagórica de fábricas vacías y hierros oxidados. La inmigración y los jóvenes han vuelto a repoblar sus calles y los supporters del Celtic Futbol Club y de los Rangers siguen tirándose los platos a la cabeza.

Escocia no sería nada sin las historias de los indómitos guerreros pictos y de los fantasmas bromistas que pueblan sus castillos. Entre la bonita Saint Andrews -ciudad universitaria de la jet set, cuna del golf y escenario de Carros de Fuego- y la gris Aberdeen –hogar de Alex Salmond y punto de partida hacia las plataformas petrolíferas del Mar del Norte- las ruinas de Dúnottar dejan sin aliento. Erigido en un promontorio frente al mar y rodeado de playas inhóspitas, el castillo soportó durante siglos los ataques de vikingos y sajones, y dio refugio al ejército de William Wallace. Hoy es el lugar preferido de los recién casados escoceses para fotografiarse.

Castillo de Eilean Donan/Cristina Palomar

Si el castillo de Dúnottar fue el escenario de la guerra contra los ingleses, el de Eilean Donan lo fue de la inolvidable lucha a espada entre Sean Connery y Christopher Lambert en la primera parte de Los Inmortales. Situado en un entorno de película, sobre una pequeña isla punto de encuentro de tres lagos, el castillo de Eilean Donan es uno de los iconos, junto con el lago Ness, más importantes de las tierras altas escocesas.

Dicen que para ver mejor al monstruo del lago Ness es imprescindible hacer antes unas cuantas paradas en las destilerías de whisky que hay entre Aberdeen e Inverness. En ruta, sorprende la cantidad de marcas de neumáticos y de tapacubos abollados que se encuentran en la carretera. El alcoholismo sigue siendo uno de los problemas más graves de la sociedad escocesa y la ciudad de Inverness encabeza el ranking de suicidios, sobre todo durante los seis meses de frío y oscuro invierno.

El paisaje que rodea el lago Ness es impresionante. Las frías aguas donde supuestamente habita Nessie cubren una profunda sima que parte Escocia en dos. El ser mitológico que llena de pesadillas el etílico descanso de los escoceses es en realidad una hembra inofensiva que se alimenta de peces y se divierte volcando las barcas de los pescadores con su larga cola. Al menos eso es lo que explican en el museo.

Destilería de whisky en Dufftown/Cristina Palomar

Las montañas y los lagos se suceden de camino hacia la bucólica isla de Skye, con sus acantilados, prados verdes y casitas blancas; y sorprende la huella que las invasiones vikingas han dejado en el oeste de Escocia. Sus habitantes son más altos, más rubios y más guapos, y la insípida carne con salsa que acompaña al viajero durante la ruta deja paso al pescado, bacalao y salmón sobre todo.

Antes de dejar las tierras altas del oeste hay que hacer un alto en la ciudad de Fort William, una antigua fortificación construida por los escoceses para luchar contra el ejército inglés de Oliver Cronwell convertida ahora en campo base para ascender al Ben Nevis, el pico más alto del Reino Unido con 1.344 metros. Los valles que rodean la ciudad atraen cada verano a miles de senderistas y montañeros, y también han sido el escenario de películas como Braveheart, Rob Roy: la pasión de un rebelde, y Harry Potter y la piedra filosofal. Toda Escocia es un gran plató de cine.

Artículo publicado en eldiario.es vía catalunyaplural