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La muralla de Essauira desde la playa |
Eclipsada
por las ciudades imperiales del norte y azotada sin misericordia por los
vientos alisios, resiste el paso del tiempo y los embates de un océano
embravecido protegida tras su muralla. Essauira, la perla sureña de la costa
atlántica marroquí, famosa ya en época romana por sus yacimientos de púrpura y
lugar de refugio para hippies, orfebres judíos y surfistas, esconde su belleza
mestiza y su terrible pasado de puerto negrero tras el velo del olvido.
Sólo los
iniciados conocen su magia a pesar de que la sobreexplotación turística de la
vecina Agadir la haya convertido en visita obligada para los miles de
forasteros que llegan desde la lejana Europa buscando sol y playa. La irrupción
del turismo con divisas, sobre todo francés, ha contaminado el espíritu
tranquilo de la encalada Essauira y ha disparado los precios. Aun así, todavía
es posible descubrir sus encantos escondidos recorriendo la medina y el puerto
o visitando los talleres de los artistas que buscan inspiración en esta tierra
encrucijada de culturas y cuna de la música gnaua.
Desde Marrakech, la mejor forma de visitar la
cosmopolita Essauira es en grand taxi,
unos destartalados Mercedes que pueden transportar hasta seis pasajeros. Sólo
hay que buscar la parada, preguntar por el taxi que cubre nuestro destino y
cerrar el precio después del obligado y agotador regateo. El recorrido máximo
entre Marrakech y Essauria no llega en teoría a las tres horas. La carretera es
buena y no hay mucho tráfico, pero a veces el trayecto se alarga por los peajes
obligados que hay que pagar a algunos agentes de policía que buscan un
sobresueldo a costa de los turistas.
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Un mercado de camino a Essauira/C.P. |
La carretera hasta Essauira atraviesa Chichaua,
una animada ciudad famosa por el diseño de sus alfombras. El paisaje es árido,
propio del sur marroquí, pero está lleno de sorpresas como la que supone ver
rebaños de cabras encaramados a unos solitarios árboles llamados arganes devorando
sus hojas bajo un sol inmisericorde. El fruto de este árbol que “prospera allí
donde ningún otro crece, ni siquiera las malas hierbas o los cactus”, como
escribió Paul Bowles en su libro Cabezas
verdes, manos azules, se convierte en el preciado aceite de argán, muy utilizado
en cocina y cosmética.
Al igual que la industria cosmética marroquí, los
pastores de cabras también han descubierto una forma fácil de hacer dinero con
el argán y se ha montado un lucrativo negocio a costa de los sorprendidos
turistas que incluye a los taxistas. Se atan a los animales a los árboles más
cercanos a la carretera y se espera pacientemente el paso de un grand taxi seguro de que el coche parará
en el lugar pactado y de que los extranjeros pagarán encantados lo que les
pidan a cambio de fotografiar el rebaño encaramado al resistente y espinoso
argán.
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Los cañones protegen la muralla de los piratas/C.P. |
A diferencia de Marrakech, Meknes y Fez, la Essauira
actual es una ciudad relativamente nueva aunque la historia nos traslade a
tiempos remotos y la haya bautizado con muchos nombres. Fue colonia fenicia,
cartaginesa y romana. En el siglo X se llamó Amogdul en honor del santón
bereber Sidi Mogdul. Cinco siglos después los portugueses incluyeron la ciudad
en su ruta comercial y transformaron su nombre original en Mogdura. El paso de
los españoles primero y de los franceses después la convirtió en Mogador y
hasta el siglo XVIII no fue la árabe Essauira, que significa lugar fortificado.
El trazado moderno de su medina es obra de
Théodore Cornut, un ingeniero francés hecho prisionero por el sultán alauita
Sidi Mohammed Ben Abdallah, que soñó con convertir Essauira en uno de las ciudades
más prósperas de la región. En el siglo XVIII se enriqueció con la exportación
de caña de azúcar, el tráfico de esclavos, el marfil y el oro que llegaba de
Tombuctú; y se llenó de familias ricas, joyeros judíos y cónsules extranjeros
que llegaron del norte, así como de antiguos esclavos originarios de Sudán,
Senegal y Guinea.
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Su puerto es uno de los más importantes de Marruecos/C.P. |
Sede de uno de los puertos más activos de
Marruecos gracias a la pesca de la sardina y la anchoa, Essauira huele a sal y
a algas en descomposición. Sus casas pintadas de blanco contrastan con el color
ocre de su muralla coronada por cañones y con el azul intenso del mar. Con la
marea baja se vislumbra una bella playa que invita a remojarse los pies
mientras las gaviotas ponen con su incesante graznido la banda sonora al paisaje.
Contemplar una puesta de sol en Essauira quita el aliento y abre el apetito.
Una vez saciado de pescado fresco a buen precio cocinado por los pescadores en
el mismo puerto, lo mejor es perderse para siempre en el bullicio de sus calles.