lunes, 8 de julio de 2013

En Japón el raro eres tú (I)



Paisaje nipón de ensueño/Cristina Palomar

No hay lugar en el mundo dónde me haya sentido más marciana que en Japón. De hecho, esta sensación es bastante habitual en el viajero occidental. Después de catorce horas de vuelo sin apenas dormir por culpa de los ronquidos de tu vecino y los llantos del bebé de dos filas más atrás, aterrizas en el aeropuerto de Osaka en estado catatónico por el agotamiento y la duermevela.

La luz de la mañana te deslumbra y de golpe te encuentras en otro planeta: la raza es diferente, el idioma, ininteligible; la comida, extraña; y el comportamiento, peculiar como mínimo. La sensación de haber aterrizado en otro planeta es brutal, pero has de tener claro que para los japoneses el raro eres tú.

Calle principal de Ginza/Cristina Palomar
Los viajeros que decidan perderse por Japón a su bola han de tener algunas cosas bastante claras antes de iniciar su aventura, cosa que no fue mi caso. Lo primero que sorprende es que los japoneses casi nunca compran a crédito. Como es un país extremadamente seguro y rico, todos llevan en el bolsillo y la cartera montones de billetes sin ningún temor a ser atracados en la esquina. Cualquier compra, incluso de 600 euros o más, la realizan al contado. 

Hay muchos comercios que no aceptan tarjetas de crédito y los que sí lo hacen, te avisan que para utilizarla, la compra tiene que acumular bastantes ceros. Aún así, si alguien tiene el mono de tarjeta, en los grandes almacenes de Ginza -uno de los barrios más comerciales y conocidos de Tokyo- siempre puede utilizarla para comprar un jamón Cinco Jotas. Los tienen expuestos como productos de lujo en cámaras frigoríficas y casi blindadas. Al cambio, algunos superan los 700 euros.


Entrar en una casa de baños también se las trae. En Takayama decidí utilizar el ontsen del hotel-balneario. Normalmente la gente baja casi desnuda desde las habitaciones envuelta en una yukata (una especie de bata de algodón tipo kimono) y unas zapatillas. Mucha atención al atarse la yukata si no queréis hacer el ridículo como hice yo: la solapa izquierda siempre sobre la derecha. Sólo se hace al contrario cuando se amortaja a un muerto.

En el baño te sientes un patito feo. La mayoría de las japonesas tienen un cuerpo hermoso, casi adolescente, sin celulitis y sin pelos. Antes de bañarse en las piscinas tienes que lavarte: te sientas en una banqueta de cara a la pared y te enjabonas y aclaras con un balde de agua. Sin embargo, y a pesar de seguir todas la reglas, fue meterme en una de las piscinas y ponerse a llorar todas las criaturas de auténtico terror al verme.



El vater japonés/Cristina Palomar
De todas las situaciones ridículas que tendrás que afrontar, la más suerralista es el uso del vater. A la derecha de la taza siempre calentita se sitúa el cuadro de mandos con un termostato para controlar la temperatura del agua y dos botones para variar la distancia y la potencia del disparo del chorrito de agua (dos chorritos...ya me entendéis). Estos son los más sencillos.

En el restaurante de Carme Ruscalleda, los lavabos son de lujo: una célula fotoeléctrica activa la apertura de la tapa cuando te detecta y dos botones más perfuman el ambiente y hacen un sonido como de cascada para disimular sonidos más escatológicos.

El problema llega cuando has de utilizar el lavabo de un bar. Las instrucciones sólo están en japonés, así que lo único que puedes hacer es probar todos los botones con los consecuentes respingos. En Nagasaki tuve que pedir ayuda a la camarera porque no había manera de encontrar el botón de la cisterna.

Creo que nunca se había reído tanto.



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