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Los bonitos carros sicilianos/C.P. |
Es inevitable nombrar Sicilia y pensar en los
asesinatos de la mafia, la especulación urbanística, el atraso secular y la
inmigración hacia Milán y Estados Unidos. Sin embargo, más allá de los tópicos,
la isla más grande del Mediterráneo es también una de las más bellas. Y no sólo
por las playas, el perfume de los limoneros, las ruinas arqueológicas, los
volcanes o la riqueza gastronómica. Sicilia es un cruce de caminos, un libro de
historia al aire libre dónde todas las civilizaciones que la han intentado
someter han dejado su huella de destrucción y de belleza. La indómita Sicilia
es la esencia mediterránea en estado puro.
De Sicilia sorprenden muchas cosas. La primera, su
gran extensión y la diversidad de paisajes naturales, pueblos y ciudades que el
viajero encontrará durante la ruta. La segunda, el carácter de su gente. No hay
nada menos italiano que un siciliano. Es un pueblo adusto, orgulloso y
profundamente religioso. Supervivientes de muchas invasiones y mezcla de todas
ellas, criados en una tierra dura que los sacude de tanto en tanto y les ha
obligado a emigrar durante décadas, los sicilianos aman sus tradiciones, son
desconfiados y tienen un peculiar sentido del humor. Ni tan solo intentando
hablar italiano el forastero podrá evitar algún comentario burlón en siciliano,
una lengua que desgraciadamente se está perdiendo porque sólo la habla la gente
mayor del interior.
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Ruinas del templo de Selinunte/C.P. |
El viaje a Sicilia se ha de preparar con
antelación, escogiendo muy bien los destinos si el tiempo que tenemos es
limitado porque es imposible verlo todo. La mejor forma de visitar la isla es
en coche porque muchos de los vestigios griegos y romanos están en lugares de
difícil acceso, algunos en medio del campo. Además, hay que tener muy presente
que Sicilia, a caballo entre Europa y África, es una isla mediterránea
peculiar. En verano hace muchísimo calor y no es difícil que el siroco
norteafricano la barra de sur a norte durante días. El invierno es cálido en la
costa, pero en el interior las temperaturas bajan de cero grados y la nieve
puede aislar los pueblos de montaña. La mejor época para visitarla es la
primavera.
Los amantes de la historia no se han de perder las
ruinas que fenicios, cartagineses, griegos, romanos, árabes, normandos,
catalanes y españoles dejaron esparcidas en la isla durante los siglos de
conquista. Sin embargo, más allá de Taormina, Noto Antica, Agrigento, Naxos,
Selinunte o Segesta, llenas de turistas y de sicilianos exiliados que vuelven a
pasar las vacaciones con la familia, también hay vida. La puerta de entrada más
habitual es Palermo o Catania, dos ciudades sorprendentes y desconcertantes por
la huella árabe de la primera y por la piedra oscura volcánica de los edificios
de la segunda, que vive bajo la sombra amenazadora del Etna siempre humeante.
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El bonito pueblo pescador de Cefalù/C.P. |
La griega, árabe y normanda Cefalù es una pequeña
joya situada en la costa norte, entre Messina y Palermo. A pesar de que
Taormina es el primer destino turístico de la isla, el litoral entre Cefalù y
el Capo d’Orlando es el menos explotado y uno de los más auténticos para disfrutar
de la playa a pesar de que el turismo no deja de crecer. Cefalù es un pueblo
marinero situado en una pequeña lengua de tierra al pie de una gran roca y
tiene una de las catedrales normandas más bonitas de la isla hasta el punto de
ser considerada como uno de los mejores ejemplos de arte bizantino en tierras
sicilianas con el permiso del Duomo de Monreale.
Resiguiendo la costa del mar Tirreno en dirección
oeste y dejando atrás Palermo se llega hasta la vieja y tranquila Trápani,
típica por sus salinas y porque fue la puerta de entrada de los invasores
árabes. Antes de llegar es obligatorio desviarse hasta Erice, un bonito pueblo
medieval encaramado en una peña que durante la época romana fue centro de culto
de la diosa de la fertilidad. Los árabes la rebautizaron como Gebel Hamed y los
normandos como Monte San Giuliano. Su nombre actual se lo puso Mussolini en el
año 1934 en recuerdo de la Venus Erycina romana. En la actualidad vive
prácticamente del turismo.
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Aguas tranquilas al sur de la isla/C.P. |
Desde Trápani hasta Siracusa, la costa que mira
hacia África muestra la cara más fea del urbanismo descontrolado en manos de la
mafia y de los gobiernos locales que la sirven. Superado el impacto que dejan
tanto las ruinas del Valle de los Templos como el horror de cemento que rodea
Agrigento, toca hacer una parada en las barrocas Noto, Ragusa i Módica,
reconstruidas después del terremoto de 1693 y con la mayoría de los edificios
vacíos y medio abandonados. El viajero sólo se reconcilia con los excesos
destructores de la humanidad cuando llega a Ortigia, el casco antiguo de la
blanca Siracusa, una de las ciudades helénicas más importantes del oeste
mediterráneo.
Fuera de los circuitos turísticos habituales en
busca de sol y playa, Sicilia reserva en el interior algunos de sus tesoros más
sorprendentes escondidos entre campos de trigo, bosques centenarios y enclaves
medievales y barrocos como Enna. Su corazón reseco por el sol y su geografía esculpida
por mil terremotos hacen las delicias de los amantes de las historias de
Leonardo Sciacia, Gioseppe di Lampedusa i Andrea Camillieri. La mafia, gracias
a las películas de Hollywood, también se ha convertido en un atractivo
turístico y los vecinos del pequeño pueblo de Corleone han sabido aprovecharlo.
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El interior siciliano es duro/C.P. |
No se puede hablar de Sicilia sin nombrar su
gastronomía, muy influenciada por la cocina árabe sobre todo en la utilización
del picante y los sabores agridulces en sus platos principales, y en los dulces
como la cassata, los cannoli y la azucarada frutta marturana. De sus orígenes
sencillos basados en el aceite de oliva, las verduras y el pescado, la cocina
siciliana ha regalado al mundo la caponata,
la pasta con sardinas, hinojo, pasas y piñones; las sardinas rellenas y los
estofados de sepia y calamar de Palermo, el cuscús de pescado de Trápani, y el
atún –el pescado rey por excelencia- con cebolla, anchoas y tomate. Todo,
regado con un buen vino marsala y una granita
de limón o jazmín para digerir los kilos de más que el viajero traerá de
vuelta.
Artículo publicado en El Diario de Viajes de Eldiario.es del mes de diciembre.