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Almejas alienígenas/Cristina Palomar |
Parar en
una estación de servicio después de una paliza de autopista entre Fukiyama y
Tokio puede llegar a ser una experiencia inolvidable para una gourmet
acostumbrada a la dieta mediterránea como yo.
Entramos en el supermercado en avalancha, con
un hambre atrasada de mil demonios, dispuestos a arrasar con todo lo que se pudiera
masticar. Lamentablemente, para nuestra estupefacción, no encontramos
prácticamente nada que se pudiera identificar como remotamente comestible para
un occidental. Todo eran encurtidos de algas de todos los gustos,
gelatinas de colores extraños y pescados en salazón con un sabor horrible. Ni una maldita bolsa
de patatas, ni frutos secos, ni fruta aunque fuera una banana...
Después de
vueltas y vueltas, encontramos un puesto de venta de castañas que abordamos sin
contemplación dejando a la pobre castañera nipona al borde de un ataque de
nervios.
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Atunes gigantescos/Cristina Palomar |
Pero para comprobar que los japoneses no le hacen ascos a casi nada y que les encantan los bichos raros supuestamente comestibles, lo mejor es ir al mercado central de pescado de Tokio. La hora ideal para visitarlo es a partir
de las cinco de la madrugada, que es cuando llega la pesca, sobre todo la del atún. Las instalaciones
son brutales y está relativamente cerca del barrio financiero y comercial de
Ginza.
Desde mi hotel tardé sólo un cuarto de hora caminando en línia recta. Todas la guías turísticas
recomiendan su visita pero pocas avisan de que los extranjeros no son bien
recibidos y que a los trabajadores del mercado no les gustan nada las
fotos.
Llegar hasta la entrada del mercado es muy peligroso aunque cueste creerlo.
Constantemente están circulando vehículos cargados de palés de pescado que no
respetan ni los límites de velocidad ni a los peatones. Muchos turistas han
sido atropellados por ir mirando las musarañas y, aunque está todo
muy bien iluminado, los conductores no hacen el menor esfuerzo en pisar el
freno, sobre todo si se les pone a tiro un extranjero.
Creo que les encanta atropellar gaigin. Yo iba avisada, pero tuve la mala suerte de topar con un nipón chistoso que me roció de pies a cabeza con la manguera con la que estaba limpiando el suelo de sangre y escamas.
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Pescadero con mal genio/Cristina Palomar |
Acceder hasta el interior es difícil pero una vez dentro, el espectáculo es increíble. Lo de menos son los
gigantescos atunes desangrándose en el suelo mojado. Lo mejor es la cantidad de
bichos raros del mar que llegan a pescar y que sorprendentemente también llegan
a comer.
Puedes pasear entre las paradas mientras no molestes a los vendedores.
Si te paras a hacer alguna foto, acostumbran a mirarte con mala cara y a
amenazarte con un gran cuchillo afilado para después reirse de la cara de espanto
que pones.
Y después de la visita, que nunca acabas de hacer porque la lonja
es inmensa, lo mejor es desayunar en los chiringuitos de alrededor del mercado.
Son muy económicos y tienes la seguridad de que el pescado que comes es fresco.
Si no le haces asco a nada, imita a los autóctonos a
la hora de pedir algo de la carta ininteligible que te recitan de viva voz como si tú también fueras japonés. En algunos restaurantes sólo sirven un plato de pescado
irreconocible pero muy sabroso acompañado de una sopa de miso.
Japón: las razones de mi viaje.
Japón: las razones de mi viaje.
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