Santa María del Naranco/Cristina Palomar |
Oviedo
es una ciudad sorprendente. Situada en el centro geográfico del Principado de
Asturias y paso obligado del Camino de Santiago, el antiguo bastión del reino
astur de Ramiro y de Pelayo desconcierta al viajero porque bajo la pátina de
provincianismo y reminiscencias franquistas en calles y monumentos, se esconde
un espíritu levantisco y rebelde que hechiza con su sidra, sus pucheros de fabes y sus quesos, su rica mitología
pagana y su cultura cosmopolita.
A
partir de un casco viejo peatonal presidido por la majestuosa Catedral y lleno palacios
señoriales y de calles empedradas, la capital asturiana se extiende por un
amplio valle y se encarama a los montes más cercanos hasta besar los pies de
las iglesias pre-románicas de Santa Maria del Naranco y San Miguel de Lillo,
vestigios de un esplendoroso pasado de guerras contra los árabes y únicas en el
mundo por su estilo arquitectónico entre el arte visigótico y el románico.
En
Oviedo todo es verdor y todo rezuma humedad. La lluvia acompaña casi siempre,
incluso en verano, y en cada rincón de la ciudad las fuentes ofrecen agua clara
y fresca al caminante. Con este paisaje montañoso cuesta imaginar que a unos pocos
quilómetros hacia el norte el Mar Cantábrico nos espera en sorprendentes playas
como la de Gulpiyuri y en pueblos como Cudillero, cuna del plato de pobres a
base de pescado seco conocido como curadillo,
y Llastres, escenario de la exitosa serie televisiva Doctor Mateo.
La
ciudad provinciana que tanto criticaba Leopoldo Alas Clarín en La Regenta es ahora
una ciudad limpia, monumental, cultural y cosmopolita que no ha dudado en
sacrificar en el altar de la modernidad a su lengua propia, el asturianu, idioma de origen asturleonés con
un fuerte carácter rural surgido de la mezcla entre el astur de los colonizados
y el latín de los colonizadores. Hoy se oye poco en la calle y, donde se habla, sobre todo en los pueblos, lo hace lleno de castellanismos debido a huella dejada durante el siglo
XX por la emigración de otras zonas de España a las cuencas mineras asturianas. Una graciosa entonación parecida al gallego y la costumbre de
añadir diminutivos a la conversación identifican al asturiano cuando usa el castellano.
A
pesar de ser la capital de Asturias, Oviedo es una ciudad pequeña y ocupa el
segundo puesto, por detrás de Gijón, en el ranking de población del Principado.
En sus calles todavía convive el rancio olor a naftalina de sotanas y de
uniformes militares de su pasado con el presente de centro universitario y
cultural. El clima tampoco acompaña la mayor parte del año. Después de un largo
y desapacible invierno del norte, que sumerge Oviedo en un húmedo letargo, la
ciudad revive cuando llega el corto verano y se convierte en parada obligada
para el turismo, sobre todo el estadounidense gracias al director de cine Woody
Allen y a su película Vicky, Cristina,
Barcelona.
La
crisis económica ha hecho mucho daño en el tejido social de la ciudad y de su
entorno, básicamente industrial y minero, ha disparado los índices de paro y ha
obligado a los asturianos más jóvenes a emigrar lejos. Por eso, el maná del
turismo es siempre bienvenido y todavía lo es más si la invasión llega con
ganas de gastarse los dólares a espuertas. Restaurantes, bares, comercios,
hoteles y tabernas disparan los precios hasta cifras sorprendentes para el
turista nacional y conseguir una mesa para cenar en el centro se convierte en
una gesta casi imposible. Sólo los culines de la sidra espichá nos entretienen durante la espera.
El chorizo asturiano es delicioso y se cocina a la sidra/Cristina Palomar |
El
decimonónico casco viejo de Oviedo es pequeño y está lleno de iglesias, de
plazas recoletas, de palacios ostentosos y de esculturas variopintas que se
convierten en un codiciado objeto para fotografiar como recuerdo. No hay que
perderse el bonito mercado del Fontán, cuya reconstrucción generó una gran
controversia en la ciudad por ser demasiado moderna, como tampoco hay que
perderse las tiendas de productos típicos asturianos, empezando por su famoso
chorizo que se cocina, como no podría ser de otra manera, a la sidra. El paseo
se completa con una visita al Campo de San Francisco y a la comercial calle
Uría, nexo de unión entre la moderna Oviedo y la vieja Vetusta de La Regenta.
El
complejo pre-románico de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo es de
visita obligada, igual que lo es la iglesia de San Julián de los Prados, a
pesar de las interminables colas y del largo y empinado camino que hay que
recorrer desde el aparcamiento hasta la entrada. Las vistas sobre el valle y
sobre Oviedo son impresionantes y, si la suerte acompaña y brilla el sol, el
contraste entre el color claro de la piedra restaurada con esmero, el verde de
los prados de alrededor y el azul del cielo hacen saltar las lágrimas de
emoción ante tanta belleza. Lo único molesto es el bullicio incesante de los
visitantes.
El centro histórico de Avilés/Cristina Palomar |
Justo enfrente de la Pepa y al otro lado de la ría, la pequeña ciudad se muestra muy hermosa y limpia, y las calles
adoquinadas y porticadas del centro histórico son sorprendentes. Lo
mejor es aparcar el coche en la avenida del doctor Severo Ochoa para no tener
que pagar zona azul y desde allí atravesar la plaza del Carbayedo, llena de
sidrerías, hasta la calle Galiana, también llena de sidrerías para variar y de
bellísimas casas palaciegas.
Lo más recomendable es dejarse llevar y perderse por sus calles peatonales con un buen mapa de la ciudad. Nuestros pasos nos pueden llevar hasta la gran plaza de España -donde una carabela preside el ayuntamiento- y escoger entre girar a la izquierda y bajar hasta el barrio pescador y el bonito mercado de Abastos por la comercial calle La Cámara o tirar hacia la derecha. En el caso de escoger esta última opción, lo más recomendable es dirigirse hacia el puente de San Sebastián. Justo enfrente y para sorpresa del visitante se yergue el Centro Cultural Internacional Avilés, obra del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer.
El
edificio -del típico hormigón armado, formas redondeadas y
blanco impoluto marca del artista- contrasta con el fondo industrial y
con las famosas cinco chimeneas que presiden el polígono siderúrgico
de Avilés creando un sugerente paisaje postnuclear. El Centro Cultural, inaugurado en el 2011, es el proyecto más ambicioso
del arquitecto brasileño en Europa y
por si solo bien vale una visita. En Asturias nada es lo que parece.
Artículo publicado en eldiario.es vía catalunyaplural
Nota: Debido a las quejas de algunos asturianos vía twitter, he hecho algunos cambios en el texto. Resulta que bable no les gusta para definir su lengua porque lo consideran una palabra despectiva. Ellos prefieren hablar de asturianu. Alguno también se ha molestado al interpretar erróneamente que cuando hablo del acento parecido al gallego, estoy hablando de la lengua, cuando en realidad lo hago del hombre-mujer asturiano que habla castellano. Así que para no herir susceptibilidades, aunque provengan de interpretaciones erróneas, he añadido la aclaración. Espero que se acaben los twitts cagándose en mí en asturianu.