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La variedad de embutidos es espectacular/Cristina Palomar |
Bolonia y su región no sólo son la cuna de la
salsa boloñesa, la mortadela, el jamón y el queso parmesano. Encrucijada de
caminos entre el norte y el sur de Italia y entre el norte de Europa y el
Mediterráneo, la capital universitaria de la región de Emilia-Romaña es el
lugar ideal para descubrir que, más allá de Venecia y Florencia, también hay
vida, belleza y cultura. Es la alternativa perfecta para pasar unas vacaciones
lejos de la masificación turística y de los precios abusivos que caracterizan
las capitales de la Toscana y el Véneto, y está muy bien comunicada con las dos
por carretera y por tren.
El casco histórico de Bolonia recuerda al de Siena
por el color tierra de sus imponentes edificios y palacios señoriales, y sus
típicas torres medievales, vestigio del poder de las belicosas familias nobles,
alteran la línea horizontal de la trama urbana que caracteriza la llanura que
riega el rio Po. Del centenar de torres defensivas construidas entre los siglos
XII y XIII quedan poco más que una veintena. Erigidas con madera y grandes
bloques de selenita, la mayoría han desaparecido por los terremotos, los
bombardeos o la piqueta de las reordenaciones urbanísticas posteriores.
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Las torres Asinelli y Garisenda, símbolo de Bolonia/Cristina Palomar |
Una buena manera de quemar los excesos de una
gastronomía tan tentadora como extraordinaria es subir los 498 escalones de la
torre Asinelli, que juntamente con la torcida torre Garisenda que aparece
citada en la Divina Comedia, es una de las imágenes más conocidas de la ciudad.
Llegar hasta arriba después de haber comido un buen plato de tortellini tiene su mérito y también su
riesgo porque la estrecha escalera es muy empinada y siempre está llena de
gente que sube o baja. El premio a tanto esfuerzo son las vistas espectaculares
de Bolonia.
Dejando de lado las torres, Bolonia sorprende
también porque es una ciudad porticada, con las aceras protegidas bajo los
edificios. Los típicos porches boloñeses –sumados hacen unos 53 kilómetros-
protegen al viandante del implacable sol del verano y de la molesta lluvia y la
nieve del invierno, y hacen imposible la existencia de árboles. La construcción
tiene el origen en un peculiar uso abusivo del espacio público que consistía en
alargar hacia el exterior, sobre la calle, el primer piso de la casa, que se
aguantaba sobre vigas y columnas de madera.
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El centro histórico de Bolonia está lleno de porches/Cristina Palomar |
Al final, esta peculiar técnica de construcción de
edificios que privatizaba una parte de la vía pública obligó al ayuntamiento a
fijar unas normas muy estrictas: la madera se tenía que substituir por piedra
para evitar los incendios y el espacio bajo los porches tenía que ser de acceso
público. El resultado es que hoy el peatón puede ir de una punta a la otra del
centro histórico sin tener que sufrir los caprichos de una climatología
continental de grandes contrastes. Incluso hay un recorrido turístico para
visitarlos, siendo el Pórtico del Pavaglione, justo delante de la
inacabada y enorme basílica de San Petronio, uno de los más bonitos y
transitados.
A partir de la Piazza
Maggiore, rodeada de palacios y museos impresionantes, se articula la
ciudad antigua presidida por la famosa fuente de Neptuno. Lugar de reunión
obligada de autóctonos y forasteros, la fuente era antiguamente uno de los
lugares más importantes para proveer de agua fresca a las casas, alimentar al
ganado y lavar la mercancía que se vendía en los mercados. De hecho, la
historia de Bolonia está íntimamente ligada al agua. Cuesta de imaginar viendo
la ciudad ahora con sus calles empedradas, pero durante el siglo XIII fue uno
de los centros industriales más importantes de Italia gracias a la industria
textil, sobre todo a la seda que Marco Polo trajo de China, y a sus canales.
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Los canales bañaban la antigua Bolonia/Cristina Palomar |
El agua bañaba los cimientos de la ciudad y una
compleja red de canales navegables la conectaba con Venecia a través de la
llanura emiliana. La competencia era feroz y los conflictos eran habituales
porque de tanto en tanto sus vecinos del norte cerraban los accesos de los
canales a la laguna dejando a los laboriosos boloñeses incomunicados y sin agua
para los talleres. El único vestigio que queda de la extensa red de canales se
encuentra en el bonito barrio que ahora ocupa el antiguo gueto. Escondido entre
un revoltijo de callejuelas y enmarcado en una curiosa ventana que los turistas
no paran de abrir y cerrar aparece un trozo del canal que alimentaba a un
antiguo molino.
Sede de uno de los campus universitarios más
antiguos del mundo, el Archiginnasio,
la ciudad que da nombre al polémico Plan Bolonia es conocida como la roja por
haber sido punta de lanza durante décadas de las políticas progresistas de la
izquierda italiana. La revolucionaria Bolonia tiene memoria y honra a sus
muertos dando el nombre de Anteo Zamboni, el estudiante de 16 años que intentó
matar a Benito Mussolini en 1926, a una calle de la zona universitaria.
Mientras tanto, en la puerta del ayuntamiento un monumento recuerda los nombres
de las víctimas del brutal atentado fascista en la estación de Bolonia del 2 de
julio de 1980.
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El insuperable queso parmesano/Cristina Palomar |
El carácter boloñés es afable, abierto y mucho más
humilde que el de sus vecinos venecianos o florentinos. Más sencillos a la hora
de vestirse y menos ceremoniosos a la hora de relacionarse con los demás, los
boloñeses muestran su escondido refinamiento en las cosas de comer. La oferta
gastronómica de toda la región, comenzando por los vinos y siguiendo por los
embutidos y los quesos, es impresionante. Es imposible regresar a casa sin unos
cuantos kilos de más, en gran parte por culpa de los precios asequibles de las
tiendas de alimentación y de los restaurantes localizados en el Quadrilatero formado por las estrechas
calles de Pescherie Vecchie, Caprarie,
Clavature i Drapperie.
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Toda la región es un paraíso para los gourmets/Cristina Palomar |
Entre las muchas maravillas culinarias destaca el ragú, una salsa a base de tomate y carne
de la parte más magra de la tripa del cerdo. La receta de los tortellini rellenos de carne de cerdo,
jamón crudo, mortadela y queso parmesano que los boloñeses comen con caldo está
registrada desde 1974 y, si con esto no tenemos suficientes, podemos probar la lasagna, los tagliatelle, las tortas de arroz y el certosino, un pan de especias típico de Navidad. El dicho popular
que asegura que en Bolonia se come en un año lo que en Venecia se come en dos,
en Roma en tres, en Turín en cinco y en Génova en veinte es una verdad como un
templo.
Artículo publicado en El diario de viajes de Eldiario.es
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