Claustro de la Colegiata románica de Santillana del Mar/C.P. |
Encajonada
entre dos territorios históricos con una lengua propia y una fuerte
personalidad, Cantabria es la prolongación de Castilla hacia el norte. Así me
la definió un amigo cántabro cuando le expliqué mi intención de visitar su
tierra. Nunca antes había visto tantos cinturones, cuellos de jerséis y correas
de reloj con la bandera española como vi durante el viaje. Quizás, el hecho de
estar entre Asturias y Euskadi haya obligado a Cantabria a mostrar su
españolidad de forma tan exagerada.
Sólo en los
extremos se suaviza y se muestra más permeable a las influencias de sus irreductibles
y orgullosos vecinos. Castro-Urdiales se ha convertido en una ciudad dormitorio
para los bilbaínos que han buscado vivienda a precios más económicos mientras
que en el otro extremo, en San Vicente de la Barquera, los lugareños hablan ya
un castellano con un marcado acento asturiano que hace las delicias del
forastero. Entre una punta y otra hay un mundo lleno de playas paradisíacas y
mar bravo con buena pesca, de verdes prados donde pastan las vacas y crecen las
begonias. El aire fresco corta la respiración en los escarpados Picos de Europa
y el cielo casi duele de tanto azul.
Cantabria es
rica y señorial, construida de piedra rotunda. Se ve en los bellos edificios
que salpican pueblos costeros como Comillas y en pueblos del interior como Santillana
del Mar, Bárcena Mayor, Carmona o Potes; se ve en las calles y en los elegantes
paseos marítimos de la regia Santander o de Santoña, cuna de Luis Carrero
Blanco, mano derecha del dictador Franco a quién la localidad honra con un
monumento. Cantabria es también marinera en San Vicente de la Barquera, campesina
y ganadera en el Alto Campoo y el Valle del Cabuérniga, y minera e industrial en
Reinosa y Torrelavega. Sin embargo, es inevitable que al final se imponga un
cierto olor a rancio abolengo de castellano viejo y con dinero.
Lugar de
veraneo privilegiado por sus amplias playas de arena blanca y sus frías aguas que
cortan la respiración del viajero ante tanta belleza y hacen las delicias de
los surfistas, la tierra que da vida al río Ebro en Fontibre ha sufrido también
en sus carnes la herida de la especulación inmobiliaria aunque no tanto como el
torturado Levante. En agosto sus costas abarrotadas de apartamentos y chalets se
llenan hasta la bandera de familias de bien, casi todas descendientes de
militares y de curas que medraron en el antiguo régimen, y de nuevos ricos.
Todos huyendo del calor mesetario.
Una de las muchas playas paradisíacas de Cantabria/C.P. |
La señorial
Santander se mira en el mar. Situada cerca de la boca de una profunda bahía, la
bella capital cántabra tiene un activo puerto y se extiende por la costa en
torno a la península de la Magdalena, un promontorio sobre el que destaca el
palacio de la Magdalena, residencia de veraneo del rey Alfonso XII y
actualmente sede de los cursos de verano de la prestigiosa Universidad
Internacional Menéndez Pelayo. Sorprende que su centro histórico, presidido por
la catedral, sea tan moderno y la razón es que tuvo que reconstruirse
completamente por culpa de un incendio que en 1941 arrasó casi toda la ciudad
vieja. La impresionante playa del Sardinero, situada al norte de Santander, da
nombre a todo un barrio lleno de mansiones, elegantes cafés y un imponente
casino, y es el lugar idóneo para pasearse y lucir la ostentosa riqueza de los
collares de perlas después de salir de misa.
A medio
camino entre Santander y la bella Comillas, donde el modernismo de los
arquitectos catalanes Antoni Gaudí y Joan Martorell ha dado vida a bellos
edificios como El Capricho y la Universidad Pontificia, queda Santillana del
Mar. Curioso nombre para una de las villas más bellas del país ubicada tierra
adentro y parada obligada antes de visitar la réplica de las cuevas de
Altamira. Su conjunto de casas de piedra de los siglos XV y XVII se conservan
prácticamente igual a pesar de la insoportable invasión turística que cada
verano colapsa el centro y hace prácticamente imposible caminar o aparcar el
coche a una distancia asumible para el visitante.
A pocos
kilómetros de Santillana del Mar se encuentran las cuevas de Altamira, uno de
los mejores conjuntos de arte prehistórico del mundo descubierto en 1869 por un
cazador y considerado la Capilla Sixtina del arte rupestre. Sus pinturas y
dibujos, como los famosos y coloridos bisontes que le han dado renombre
internacional, se remontan al Paleolítico y demuestran que el hombre puebla las
tierras cántabras desde hace miles de años.
Dejando
atrás los hermosos paisajes que dibuja el vaivén de las mareas, sobre todo en
San Vicente de la Barquera, Cantabria también es montaña. Comparte con Asturias
y Castilla y León una de las bellezas naturales más importantes del norte de la
península ibérica: el parque nacional de los Picos de Europa. En los días
claros, la imponente cordillera se divisa desde mar adentro y el Naranjo de
Bulnes –ya en tierras asturianas- con su cresta ondulada y su altura de 2.519
metros da la bienvenida a los agotados marineros.
Pescadores de San Vicente de regreso a puerto/C.P. |
Desde San
Vicente, la carretera se adentra hacia el interior por el desfiladero de la
Hermida donde las profundas gargantas se combinan con las altas peñas y acaba de
repente en el parador de Fuente Dé. Ante sí, el viajero descubre un imponente
muro de granito que se puede sortear gracias a un teleférico que sube unos 900
metros hasta una sobrecogedora meseta agujereada por cráteres y glaciares. Las
vistas son espectaculares como también lo es la interminable cola que hay que
hacer previamente para subir.
Potes, con
sus viejas casas asomadas al río, es el centro logístico de la zona de los
Picos de Europa. Situado en el ancho valle de Liébana, el pueblo tiene un
hermoso centro urbano del siglo XV. Sus vetustas casas de montaña se amontonan
unas encima de otras para protegerse del duro invierno y sus calles empedradas
se llenan de ruidosos turistas y montañeros cada verano. El turismo ha
transformado para siempre la vida de este pueblo conocido por su famoso orujo y
sus quesos como lo ha hecho con el resto de la región. El mérito es que, a
pesar de todo, Cantabria sigue fascinando por su belleza.
El reportaje sobre Cantabria se publicó en el Diario de viajes de eldiario.es del mes de noviembre.
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