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Granada, desde el mirador de San Nicolás/C.P. |
Cada año,
entre Domingo de Ramos y Domingo de Resurrección, la Granada árabe nazarí cede
su protagonismo indiscutible a la Granada cristiana. Durante ocho días, las 34 hermandades
toman la ciudad. El fervor religioso de los granadinos vestidos con sus mejores
galas se mezcla con la curiosidad de los miles de turistas que llegan de todo
el mundo atraídos por la Semana Santa andaluza y por la belleza sin igual de la
Alhambra.
Las
procesiones colapsan las calles y las bandas de música marcan el paso de los
sufridos costaleros y de los nazarenos que expían sus pecados caminando
descalzos. Ya no canta saetas el maestro Enrique Morente al Cristo de los
Gitanos pero el penetrante olor a incienso y mirra quemado con carbón sigue
perfumando el aire hasta marear. En las numerosas iglesias es exponen los
elaborados palios de la Virgen y del Cristo decorados con velas y flores.
Duelen los ojos de tanto adorno barroco dorado y plateado.
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Incienso para los pasos de Semana Santa/C.P. |
En Granada,
lo árabe y lo cristiano se entremezclan en cada rincón a pesar de la
destrucción que siguió a la toma de la ciudad en 1492. Los deliciosos dulces de
leche frita, pestiños, torrijas y rosquillos que se venden en la pastelería
López-Mezquita de la avenida de los Reyes Católicos comparten mesa con el
cuscús de verduras y el té a la menta que ofrecen los restaurantes y teterías
marroquíes de la calle Elvira. Algunas calles del Albaicín y de los alrededores
de la Catedral conservan todavía su toponimia árabe como la Alcaicería y la
plaza Bib-Rambla, cita obligada para desayunar unos churros con chocolate.
Desde lo
alto de la colina Sabika, la
fortaleza roja –Alhamra, en árabe-
resiste el paso del tiempo y contempla impertérrita la ajetreada vida de la
ciudad que se extiende a sus pies. La Alhambra es patrimonio de la humanidad
desde el año 1984 y encabeza la lista de los monumentos más visitados de España
superando con creces los tres millones de visitas anuales. Hay que planificar
su visita con tiempo ya que las entradas se agotan en cuestión de horas. Lo más
recomendable es comprarlas por Internet.
Recién
descubierta por el turismo estadounidense que estos últimos años ha invadido la
ciudad, la Alhambra es tan hermosa por dentro como por fuera. Durante el día,
su silueta recortada sobre el fondo nevado de Sierra Nevada corta la
respiración. Por la noche, sus murallas iluminadas obligan a mirar al cielo y a
admitir que Carlos Cano tenía razón cuando cantaba que Granada, encajonada en el
valle que riega el río Darro y que desaparece bajo la plaza de Santa Ana, sólo
tiene salida por las estrellas.
El barrio
más conocido de la ciudad es el Albaicín, también patrimonio de la humanidad.
El barrio musulmán medieval más internacional se levanta desde la Carrera del
Darro y el Paseo de los Tristes hasta el Mirador de San Nicolás y se extiende
más allá superando la antigua muralla de la Alcazaba y llegando hasta el
Sacromonte, el barrio del flamenco y de las cuevas de los gitanos excavadas en
la montaña que ahora se alquilan a los turistas, a través de la Cuesta del
Chapíz.
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Casa típica entre el Sacromonte y el Albaicín/C.P. |
Sus empinadas calles quitan el aliento igual que
sus casas con jardín conocidas como cármenes
y las tiendas de souvenirs marroquís
fets a Turquia. El autobús C1 que sale desde la Plaza Nueva es una buena
alternativa para llegar hasta del Mirador de San Nicolás desde donde las vistas
sobre la Alhambra son espectaculares. El inconveniente es que la recoleta plaza
se llena de turistas escandalosos haciendo botellón y de vendedores de
artesanía, por eso es mejor contemplar la fortaleza roja desde el jardín de la
mezquita situada cerca del mirador.
Una buena
opción para escapar del bullicio del turismo es perderse por el pintoresco barrio
del Realejo, antiguo enclave de la judería granadina situado al otro lado de la
Alhambra. De la presencia judía en Granada no queda ningún vestigio a la vista
y sólo el Centro de la Memoria Sefardí situado en la escondida placeta Berrocal
se encarga de recordar las ricas tradiciones del pueblo judío de la Garnata al Yahud.
El Realejo,
con su Campo del Príncipe lleno de bares, es zona de tapeo. También lo es la
zona que rodea el Ayuntamiento y que tiene en la calle Navas su centro
neurálgico. La oferta gastronómica granadina es tan impresionante como las
raciones de los platos y cada barrio tiene su propia ruta de tapas. La
tentación es grande, por eso lo mejor para evitar volver con unos quilos de más
es pedir media ración de todo, incluso del desconcertante queso de cerdo.
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Tienda de recuerdos en la Alcaicería/C.P. |
La visita al baño árabe de la calle Santa Ana
para sudar los excesos etílicos puede ser una original forma de despedirse de
una ciudad mítica que hechiza al viajero y cuya belleza los poetas han glosado desde
hace siglos.
El reportaje sobre Granada se publicó en el Diario de viajes de eldiario.es del mes de abril.
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