miércoles, 2 de octubre de 2013

Paseo en barca con el ministro


El festín islandés/Cristina Palomar
Después de horas interminables de carretera y curvas en dirección a Akureyi, llegar a Stykkishólum es como llegar al paraíso. El pintoresco pueblecito se extiende alrededor del puerto y la calle principal está llena de bonitos restaurantes de pescado.

Comer en Islandia es un placer, sobre todo para los que amamos el pescado. También es una suerte que los orgullosos islandeses hayan hecho suyas muchas de las recetas españolas para cocinar el bacalao, pescado en las frías aguas de los fiordos islandeses y de las costas de Terranova y Groenlandia por los intrépidos pescadores vascos ya en el siglo XVI.

Uno no puede irse del pueblo sin hacer un pequeño paseo en barca por el litoral. Muchos pescadores hacen de guías turísticos para completar sus ingresos y parece ser que es un negocio rentable, sobre todo en verano. El problema es que su inglés es bastante ininteligible e intentar entenderlos con el sonido de fondo del potente motor y de los gritos de las gaviotas intentando cagarte encima es agotador. Lo mejor es relajarse y contemplar el paisaje marítimo siempre que el mar no esté muy agitado.

Vikinga en plena acción/Cristina Palomar
Después de ver nidos de frailecillos, cormoranes, águilas marinas y halcones, y de hacer un montón de fotos que me salieron movidas por las olas, volver a puerto se convirtió en una fiesta. No sé si era porque con el grupo de turistas viajaba un ministro o porque algunos acabamos vomitando por la borda, el caso es que echaron la red al mar y en un momento la sacaron llena de erizos, mejillones, estrellas de mar y vieiras que los marineros empezaron a abrir y repartir ordenadamente.

Los nórdicos tienen fama de civilizados pero en el caso de los islandeses no sé si hay alguna excepción. Sólo sé que en un momento de confusión una numerosa familia vikinga sacó sus propias navajas, se plantó en primea fila del festín y arrasó con todo.

La lana es de ovejas australianas/Cristina Palomar
Una vez en el puerto y antes de volver a la carretera vale la pena pasear por Stykkishólum. Es un pueblo típico de veraneo y está lleno de bonitas tiendas y casitas de alegres colores. En un escaparate vi un original gorro de lana con bordados de caracolas y estrellas de mar que después resultó ser de oveja australiana y que acabé comprando con la tarjeta de crédito.

Siguiendo el consejo del guía y el ejemplo del resto de habitantes de la isla no cambié ni un euro a coronas en todo el viaje y todas las compras las hice con visa a pesar de no estar acostumbrada. Pensé que era preocupante la falta de efectivo y el alto endeudamiento de comprar a crédito. Un mes después de mi regreso a Barcelona, la crisis dejaba Islandia al borde del precipicio. Y detrás íbamos el resto.

Islandia: las razones de mi viaje a la isla misteriosa.


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