viernes, 1 de noviembre de 2013

El loco clima islandés no es un cuento

Playa en blanco y negro/Cristina Palomar
Recorrer Islandia bajo un sol abrasador y con temperaturas primaverales durante diez días es un milagro, aunque estés en pleno mes de julio. La anomalía quedó en evidencia la mañana que dejamos atrás Egilsstadir y sus extensos prados llenos de vacas, y nos adentramos en los fiordos del oeste por una tortuosa carretera para conocer los pueblos pesqueros más auténticos del país.

Me habían hablado de las peculiaridades del tiempo islandés. En cinco minutos un helado viento oscurece el sol con un montón de nubes negras que descargan una tromba de agua o te rocían de copos de nieve. Y tal como todo este caos climatológico ha venido, se va, dejando al pobre incauto desconcertado y de nuevo achicharrándose bajo el sol tapado hasta las orejas. Sin embargo, lo que no me esperaba era encontrar niebla.

Como ya he dicho en anteriores entradas, la vida en Islandia no es fácil. Incluso ahora que tienen calefacción y coches todo terreno, y las ciudades están conectadas por carretera, avioneta e internet. Aquella mañana, durante una pausa en un pueblecito que llevaba un mes sin ver el sol, conocí a Petra, una curiosa abuela islandesa que se había pasado toda la vida trabajando en una fábrica de pescado y coleccionando piedras.

Las casas islandesas parecen de enanitos/Cristina Palomar
Petra me invitó a su casa. Las casas islandesas ya no son desmontables como antes, pero siguen siendo curiosas. Suelen ser bastante pequeñas para protegerse del frío. Algunas tienen grandes ventanales para aprovechar la poca luz natural pero para mi sorpresa no se abren. Si quieren ventilar la casa, abren medio palmo una pequeña ventanita que sujetan con un tirador.

La cocina es la habitación más grande de la casa. En ella se cocina, se come y se hace vida familiar porque es la estancia más caliente. Me sorprendió ver en un rincón un montón de tiestos con rosas, geranios y hierbas aromáticas mediterráneas porque en mi casa las planto en el exterior. A los islandeses les encantan los cachivaches y toda la casa estaba abarrotada de trastos.

Que manía tan ridícula, la del ser humano, de acaparar cosas. Cuando nos morimos el marrón se lo dejamos al que se queda, que acabará tirándolo casi todo con un terrible remordimiento.
Playas de aguas inhóspitas/Cristina Palomar
Después de ver un montón de playas de arena negra y aguas inhóspitas, y de visitar un par de pueblos especializados en la pesca del bacalao dónde aprendí que el fletán y el halibut son lo mismo, llegamos a Höfn, el último pueblo de la costa oeste con puerto hasta Reykjavik.

Famoso hace unos años por la pesca del langostino, Höfn es ahora un pueblo fantasma, con un montón de casas abandonadas y sin un alma por las calles. Las razones de su decadencia son dos: desapareció el caladero de langostino y los sedimentos que lleva el río están dejando el puerto sin calado para que los barcos amarren. La única salida sigue siendo emigrar.

IslandiaLas razones de mi viaje a la isla misteriosa.



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