jueves, 30 de agosto de 2018

Eslovenia busca su lugar en el mundo



No todo el mundo sabe por dónde cae exactamente Eslovenia. Puede que la ubiquen en Europa pero después de la guerra de los Balcanes a muchos nos cuesta situar los nuevos (y no tan nuevos) países en el mapa. Para resumir, porque esto no es un post de geografía, Eslovenia está situada entre Italia, Austria, Hungría, Croacia y el mar Mediterraneo. Fue la primera de las repúblicas que se autodeterminó de la antigua Yugoslavia, la guerra duró seis días y por eso no tenemos recuerdos horribles de bombardeos, masacres de civiles y campos de concentración como en el resto de los casos. Es verde como Suiza y tiene una costa que no llega a los 50 kilómetros de ancho salpicada de pueblos de origen veneciano. Se habla el esloveno (que no es os escape serbocroata porque os matan), el alemán, el húngaro y el italiano dependiendo de la zona.



Eslovenia es un país joven aunque los guías oficiales se empeñen en vender una historia milenaria. Así que primer consejo: huid de los viajes organizados y diseñad vuestro propio itinerario. No hay una red de trenes digna de destacar, cosa que indica que es un país a medio hacer que se mira demasiado el ombligo porque los trenes cohesionan los territorios y permiten conocer otros lugares peores y mejores. Si apuestas por la aventura, la única opción para moverte es el coche. Tiene buenas autopistas (de peaje la mayoría) que conectan todo el país con sus vecinos. Solo una advertencia: si se os ocurre hacer una visita a Croacia tendréis que soportar horas de cola en la doble frontera (para salir de Eslovenia y para entrar a Croacia). La excusa es el control de la inmigración ilegal, pero las caras de los funcionarios que te retienen sin ninguna explicación hace suponer que se aburren mucho.




Para los que son de viaje organizado sí o sí, hay que avisar que la mayoría de agencias no ofrecen paquetes solo para Eslovenia, aunque el país vale mucho la pena sobre todo si te gusta caminar por la montaña y bañarte en lagos espectaculares. No te creas nombres tan evocadores como Eslovenia mágica y lee la letra pequeña porque la realidad es que todos los viajes comienzan y acaban en Croacia puesto que son operadores croatas los encargados de organizar los tours. En mi caso, de los nueve días del paseo, solo estuvimos en Eslovenia la mitad. La mayoría de los paquetes turísticos incluyen el noroeste croata: la pequeña Zagreb, la destrozada costa de Ístria y el maravilloso pero espantosamente masificado parque nacional de Plitvice.



El verde es el color de Eslovenia y así se vende al mundo. El símbolo más internacional es el castillo de Bled y las fotos que los turistas cuelgan en Instagram con el lago y las montañas alpinas de fondo dan cuenta de su belleza. El país no tiene mucha industria y como la agricultura y la ganadería dan para lo que dan, intenta hacerse un hueco en el mercado turístico vendiendo el paraíso. Liubliana es una bonita ciudad de cuento que apuesta por el reciclaje, las bicicletas y las terrazas. El café es rico igual que los helados y el chocolate con sal. Se nota la mano de los inversores italianos, siempre tan avispados, en el comercio de Liubliana y Maribor pero, aún así, el país no tiene todavía una buena infraestructura hotelera y los precios son exageradamente caros en comparación con unos servicios más propios de los años setenta.



Para los amantes de la gastronomía, Eslovenia decepciona. Si apuestas por el viaje organizado (ya son dos avisos), te arriesgas a comer cada día escalopa con patatas (o puré de patatas) bañada en una salsa sin identificar y con una insípida ensalada de bolsa de acompañamiento. El pescado solo se come en los pueblos de la costa como Piran y a precio de oro. En el interior comerás carne o carne, no hay más. Y esta no es la primera contradicción del paraíso verde esloveno. No solo los vegetarianos lo pasarán mal. Es un país con inviernos muy fríos, así que pensé que las casas de montaña estarían bien acondicionadas. No solo no es así, sino que la mayoría tiene el tejado de uralita. Eslovenia no es un país densamente poblado: la mayoría de su población se concentra en las ciudades y el campo se ha abandonado, y eso incluye las casas con los techos de amianto resquebrajados.



La mejor época para viajar a Eslovenia es la primavera. En verano las temperaturas, sobre todo en la costa, son insoportables. En Bled era imposible este mes de agosto resistirse a meter los pies en el agua a pesar de la persecución policial para hacerlo en las playas de pago y solo se estaba fresco en las impresionantes cuevas de Postoina. Aunque el turismo austríaco amante del sol y el mar disfruta hace años de sus paisajes y lo ha convertido en residencia de veraneo, el país se ha puesto de moda (sin tener la infraestructura turística adecuada, repito) y en agosto la masificación es infernal, tanto en la diminuta costa donde no hay ni una sola playa de arena (casi todas en esta zona del Adriático son de piedras) como en el interior. Y los precios, un escándalo.



Otro punto a tener en cuenta es el carácter esloveno (no tan levantisco como sus vecinos del este pero algunos tan ultranacionalistas como croatas y serbios). No os confiéis aunque os obsequien con una merienda a base de quesos, vinos de la zona y repertorio folclórico de rancheras mexicanas con acordeón. Por cierto, los caldos no son nada del otro mundo aunque presuman de su calidad. Volviendo a los autóctonos, los hay amables y serviciales, pero también los hay que más que servirte el plato, te lo tiran a la cara enseñando los colmillos. El inglés no está muy extendido y algunos no pueden disimular la incomodidad que les supone tratar con turistas occidentales. Los paraísos siempre esconden infiernos. Quedáis avisados.

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